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Es muy nuestro que en cada barrio haya un club social, una sede gremial o un centro barrial… no importa su origen pero lo que es muy cierto es que contribuye a conformar la identidad de sus vecinos.
REGIÓN26/11/2025
Por: Lic. Sandra Campos (*), especial para Capital 24
Puede ser una cancha con luces que todavía se apagan tarde, un salón donde se juega al truco los viernes o un pequeño gimnasio donde se practican deportes, danzas y celebraciones. Son espacios que, más allá de su objeto social, cumplen una función insustituible: sostienen el tejido de la comunidad. Y en ese entramado, los llamados “Silver” o “Generación +50” cumplen un rol fundamental que muchas veces pasa inadvertido.
Lejos de retirarse del mundo social, las personas +50 hoy representan un capital activo. Vienen de décadas de trabajo, crianza, militancia o gestión, y poseen una reserva de saberes, redes y compromiso que resulta invaluable para las instituciones barriales.
En un país donde los clubes sobreviven gracias al esfuerzo voluntario, los mayores se convierten en el alma organizadora, intentando transmitir su experiencia, forjar un legado y seguir aprendiendo y contagiándose de la energía de los más jóvenes. Todo esto pasa en esas cápsulas del tiempo que para muchos es su segundo hogar.
Ellos y ellas abren la sede, gestionan subsidios, preparan los eventos, pintan o refaccionan, organizan festivales benéficos, coordinan la escuelita de fútbol o sostienen la biblioteca. En muchos casos, son los mismos socios que de jóvenes jugaban en la cancha del club y que hoy, con hijos y nietos, siguen siendo parte de esa historia colectiva.
Su participación mantiene viva la memoria del barrio y garantiza la continuidad intergeneracional. Son quienes motivan a los más jóvenes a continuar con la misión pero mientras hacen mucho más que encender y apagar las luces, son la llama viva del lugar cuando cada uno atiende su juego.
La llamada Economía Plateada o Silver Economy ha puesto en valor a este grupo etario, no solo como consumidores activos, sino como protagonistas sociales. Con mejor salud, mayor expectativa de vida y tiempo disponible, este capital humano activo busca proyectos con sentido, donde la experiencia sea reconocida y su aporte tenga impacto.
Los clubes o centros son, en este sentido, un escenario ideal. Allí pueden combinar actividad física, vida social, voluntariado y liderazgo. Un espacio donde la edad deja de ser límite y se transforma en oportunidad. Donde diversos saberes se transmiten de manera natural, en la práctica cotidiana, en la charla de vestuario o en la comisión directiva.
El valor de los vínculos
En un contexto de fragmentación social y soledad creciente, la pertenencia a una institución cercana tiene un efecto protector. Estudios sobre bienestar emocional y envejecimiento activo muestran que la participación comunitaria reduce el aislamiento, mejora la salud mental y fortalece el sentido de propósito.
Nuestras instituciones son mucho más que lugares para practicar algún deporte, son centros culturales, ámbitos de contención, redes de apoyo solidario. Durante situaciones de crisis, por ejemplo, muchos funcionan como resguardo, ollas populares, centros de acopio, puntos de vacunación, etc.
Cotidianamente ofrecen contacto humano, reconocimiento, identidad. No se trata solo de “hacer algo” sino de sentirse parte. Las personas mayores encuentran allí un espacio donde son necesarios, donde su palabra cuenta y su presencia genera continuidad. En muchos barrios, las personas que participan son el puente entre generaciones: enseñan a los más jóvenes la historia del club, transmiten valores y garantizan que el sentido de comunidad no se pierda. Su compromiso nace del sentido de pertenencia.
No buscan rédito personal, sino sostener algo que consideran propio y colectivo. Esa ética del cuidado, tan característica de las generaciones que crecieron en comunidad, es uno de los recursos más poderosos para resistir las crisis.
Intergeneracionalidad: el futuro de los clubes
Incorporar programas intergeneracionales es una estrategia que revitaliza a las instituciones. Los mayores aportan tiempo, experiencia y estabilidad; los jóvenes, energía, creatividad y nuevas tecnologías. Cuando ambos grupos interactúan, se genera una dinámica virtuosa, como saben, para mi es el blend ideal.
Desde hace unos días tengo el honor de formar parte de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata, donde asumí el compromiso de potenciar la intergeneracionalidad institucional y fortalecer el capital silver.
Esta tarea nos convoca a todos, también a los funcionarios y al gobierno a pisar el territorio y atender necesidades con presencia constante y no espasmódica, pues bien sabido es que durante tiempo de campaña estos ámbitos son elegidos para darse a conocer, divulgar sus propuestas o acercarse en las fechas especiales.
Yo siento que contaremos con su ayuda porque la clave del éxito del liderazgo es humanizarnos y empatizar con nuestro entorno de pertenencia local y sumar beneficios globales.
Desafíos y oportunidades
A pesar de su enorme contribución, los más mayores enfrentan barreras para participar plenamente. Muchas veces los clubes carecen de infraestructura accesible, no adaptan horarios o actividades a sus nuevas realidades o no los incluyen en la toma de decisiones.
Revertir esa tendencia implica un cambio de mirada: pasar de verlos como “beneficiarios” a reconocerlos como “protagonistas y aliados estratégicos”. Incorporar su voz en las comisiones directivas, diseñar actividades mixtas, capacitarlos en gestión o comunicación son pasos esenciales para fortalecer el tejido social.
Además, la articulación con políticas públicas puede potenciar su impacto. Programas de apoyo a clubes, incentivos fiscales o convenios con universidades y organizaciones pueden crear redes de colaboración donde la sabiduría y el talento senior sea un pilar. Ya se han dado algunos pasos al respecto, ahora solo se trata de no perder la huella.
Un motor para la longevidad positiva es la participación social, uno de los factores que más inciden en una longevidad saludable. Quienes mantienen lazos, rutinas y propósitos tienen mejor salud física y emocional. En ese sentido, los clubes barriales funcionan como verdaderos espacios de prevención y bienestar integral generando ahorro en materia de salud pública o privada, por dar solo un ejemplo.
Cada encuentro, cada torneo, cada comisión o taller son oportunidades para mantener la mente activa, el cuerpo en movimiento y el corazón vinculado. La participación Silver no solo beneficia al individuo, sino a toda la comunidad. Un club con mayores activos es un club más humano, más sabio y más sostenible.
Conclusión: cuidar lo que nos cuida
Los clubes o centros o espacios barriales son una de las instituciones más nobles del país: nacieron del esfuerzo colectivo, crecieron con el espíritu solidario y resisten gracias al compromiso de su gente. En ellos, los mayores del barrio son pilares invisibles pero esenciales. Sin su tiempo, su experiencia y su afecto, muchos clubes no existirían.
Revalorizar su participación no es un gesto nostálgico, sino una estrategia de futuro. Porque en la nueva economía de la longevidad, el capital más importante no es el dinero ni la tecnología: es la capacidad de mantenernos unidos, de cuidarnos entre generaciones y de seguir encontrándonos en ese lugar donde el barrio se hace comunidad.
Los jóvenes son el aire que renueva, son el impulso que junto a la sabiduría garantiza la subsistencia y el futuro. Sin dudas, el desafío es seguir creciendo juntos porque la unión hace la fuerza.
(*) Directora de Masa Madre Consultora.
Especialista en Economía Plateada y Longevidad Positiva.

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