Startup platense desarrolla el uso de hongos para el control de plagas

Biovires apunta a desarrollar bioinsumos de base fúngica y ya colabora con empresas del agro en pruebas de laboratorio y campo.

REGIÓN10/09/2025
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Por: Gabriel Ríos Malan, de www.serindustria.com.ar, especial para Capital 24

 

En un laboratorio del Instituto Spegazzini de la Universidad Nacional de La Plata, un grupo de investigadores trabaja con un recurso silencioso pero poderoso: los hongos. 

 

 

No se trata de los que crecen sobre la madera húmeda ni de los comestibles que llegan a la mesa, sino de especies capaces de atacar insectos que afectan a los cultivos, proteger plantas desde su interior y ofrecer una alternativa a los agroquímicos tradicionales.

 

 

El proyecto se llama Biovires, una Empresa de Base Tecnológica (EBT) incubada en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), integrada por tres socios fundadores: Leonardo Ciucci, CEO, contador público y MBA con más de veinte años de experiencia en management y agronegocios; Ana Clara Scorsetti, CSO, doctora en Ciencias Naturales e investigadora independiente del CONICET; y Sebastián Pelizza, CTO, también doctor en Ciencias Naturales, investigador del CONICET y director del Instituto Spegazzini de la UNLP.

 

“Hace más de veinte años que venimos trabajando con hongos entomopatógenos”, explica Scorsetti. Son hongos específicos que infectan insectos y a partir de esa capacidad se investigan como insumos para el agro. El grupo los estudió primero como agentes de control biológico de plagas, y luego descubrió que también pueden actuar como promotores de crecimiento vegetal. “Lo que hacemos es aislarlos de insectos o del suelo, identificarlos y conservarlos en la colección del Instituto Spegazzini. A partir de ahí, evaluamos qué cepas funcionan mejor frente a plagas específicas”, detalla.

 

Ese camino científico derivó en la creación de Biovires, en el marco de la Ordenanza 301 de la UNLP, que impulsa a los investigadores a transformar su conocimiento en proyectos productivos. Hoy, la empresa todavía no comercializa productos propios, pero trabaja con compañías del agro en convenios de investigación y desarrollo. Entre las tareas que realizan están la evaluación de insumos existentes y la búsqueda de nuevos activos para combatir insectos o mejorar la salud de los cultivos.

 

Los ejemplos abundan. Durante 2023, la plaga de la chicharrita del maíz obligó a productores a buscar soluciones alternativas porque los químicos no alcanzaban. “Ahí se empezó a intercalar el uso de hongos con insecticidas. Los químicos tienen un efecto inmediato, pero los hongos terminan por establecerse y matar a los insectos”, relata Scorsetti. Ensayos de laboratorio y pruebas a campo en Chaco mostraron resultados positivos.

 

El interés no se limita al maíz. Los investigadores han probado aplicaciones en soja, trigo, tomate y tabaco, entre otros cultivos. El modo de acción es particular: los hongos se instalan en el interior de la planta y actúan como un escudo contra plagas, al mismo tiempo que estimulan la producción de fitohormonas que favorecen el crecimiento. “No es un fertilizante clásico, sino un organismo que convive dentro de la planta y le da vigor”, aclara Scorsetti.

 

El potencial se extiende a la ganadería y la agroindustria. Biovires explora el uso de hongos para el control de garrapatas y otros parásitos en el ganado. También para combatir coleópteros en silos de almacenamiento de granos. En cada caso, se trata de seleccionar cepas específicas para problemas concretos.

 

Un negocio en crecimiento

 

El mercado acompaña esta tendencia. Según datos de consultoras internacionales, el negocio global de bioinsumos alcanzó los 10.600 millones de dólares en 2021 y podría superar los 29.000 millones en 2030, con una tasa de crecimiento cercana al 13% anual. América Latina, aunque representa una porción menor, crece más rápido, a un ritmo del 15,6% anual. Segmentos como biocontrol y bioestimulantes lideran este movimiento.

 

Ciucci lo resume en términos estratégicos al señalar que “los agroquímicos crecen al 3 o 4% anual. Los bioinsumos, al 16%. Es cierto que todavía es un mercado más chico, pero la tendencia es clara. Hay una mayor exigencia de consumidores y regulaciones, sobre todo en Europa y Estados Unidos, que buscan reducir los químicos en la producción de alimentos”.

 

El camino no está libre de obstáculos. Para que un producto biológico llegue al mercado en Argentina necesita aprobación del SENASA, un proceso largo que muchas veces no coincide con el calendario de las campañas agrícolas. Además, los costos de formulación y escala todavía son un desafío. Por ahora, Biovires terceriza esa etapa con socios estratégicos, mientras proyecta en el mediano plazo montar su propia planta de producción.

 

La financiación también marca límites. La empresa opta por un modelo de cocreación con compañías del sector, en el que Biovires aporta el desarrollo científico y las empresas acompañan con financiamiento, ensayos a gran escala y en algunos casos la comercialización. A cambio, los investigadores perciben regalías sobre las ventas futuras.

Más allá de las dificultades, el interés crece. Brasil y Paraguay ya muestran un mercado más dinámico, empujado por condiciones climáticas que exigen alternativas a los químicos y por regulaciones más ágiles. Argentina, con su tradición agroindustrial y su capital científico, busca ganar espacio.

 

“Lo que planteamos no es reemplazar totalmente a los químicos, porque sabemos que son necesarios, sino reducir su uso. Los biológicos pueden complementar y hacer más sostenible la producción”, señala Ciucci.

En los laboratorios de La Plata, mientras tanto, la tarea continúa. Recolectar insectos infectados en el campo, aislar hongos, clasificarlos, probarlos en distintas condiciones. Cada cepa es una posibilidad. En esas pequeñas colonias fúngicas depositadas en placas de cultivo, Biovires imagina una herramienta para enfrentar las plagas, mejorar los cultivos y abrir una nueva etapa para el agro argentino.

 

 

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