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El expresidente de los EEUU, Donald Trump parece impulsar una nueva lógica estratégica internacional para su país: menos intervencionismo y mucho más nacionalismo económico. Europa deberá pagar por seguridad o arreglárselas como pueda. El fin de la “Pax Americana”.
Actualidad26/02/2024
Por Andrés Berazategui
Días pasados, el nuevamente candidato Donald Trump dijo que, de ser necesario, animaría a Putin a hacer lo que se le dé la gana con aquellos aliados estadounidenses de la OTAN que no pongan dinero suficiente en la alianza. Trump parte de la idea del “reparto de cargas”, es decir, sostiene que los socios y aliados de Estados Unidos deben empezar a esforzarse más en asuntos de su propia seguridad, aliviando así a los norteamericanos de la inmensa carga global de responsabilidades y gastos en recursos militares.
No obstante, la afirmación del histriónico expresidente puede rastrearse también en prestigiosos académicos norteamericanos, quienes están hablando desde hace tiempo de la necesidad de reformular la “gran estrategia” del país del norte. Concretamente, estos afirman que los EEUU tienen que abandonar la búsqueda de la supremacía mundial y deben limitar los objetivos excesivamente ambiciosos a partir de una estrategia de “moderación” (restraint).
Una de las principales razones que se esgrime en defensa de la moderación cuestiona los enormes gastos militares que, además del impacto que tienen sobre la economía estadounidense, para buena parte del mundo no son sino producto de una estrategia de búsqueda de dominio y supremacía. Demasiadas décadas de intervencionismo, apoyo a golpes de estado y operaciones encubiertas abonan esta opinión, con particular énfasis entre los países de lo que se denominara “tercer mundo”.
Por su parte, en Europa se alzan cada vez más voces contra “la burocracia de Bruselas” de la Unión Europea, pero también contra el rol de los norteamericanos en la OTAN, particularmente entre los ascendentes partidos euroescépticos. La razón principal de los cuestionamientos hacia la OTAN radica en la opinión de que, a través de la alianza, Europa se halla subordinada a los EEUU trabajando en objetivos estratégicos que no son los propiamente europeos.
Pero ocurre que los EEUU han hecho de la alianza una parte fundamental de su política exterior, incluso a expensas de la seguridad europea, ya que la expansión hacia el este de la OTAN fue una de las causas principales de la reacción de Vladimir Putin hacia Ucrania. En efecto, el detonante de la intervención rusa tiene su origen en la percepción del Kremlin de que una Ucrania integrada en la OTAN representa una amenaza directa a su seguridad.
Ahora bien, para que en el viejo continente asuman mayores cargas en materia de seguridad deberían ocurrir no uno, sino dos giros copernicanos. Uno en Europa y otro en EEUU.
Con relación a los europeos, además del aumento en los gastos de defensa que deberían llevar a cabo, tendrían que fijar de manera clara y precisa sus propios objetivos y prioridades, y hacérselos saber, también de manera clara y precisa, a sus aliados norteamericanos. La cuestión encontrará obstáculos, por supuesto, tanto entre los mismos países europeos, ya que las amenazas que perciben unos Estados poco y nada tienen que ver con las que perciben otros; como en EEUU, para quien la OTAN forma parte de su proyección de poder.
Las implicancias estratégicas que para EEUU podría tener una eventual autonomía europea con respecto a la OTAN son mayúsculas y negativas, al menos para el actual establishment de la política exterior de EEUU, que sigue concibiendo a Europa en materia de seguridad como su primera línea de defensa, y en cuanto a sus objetivos geopolíticos como su cabecera de puente en Eurasia, el principal tablero de juego de la política mundial.
El segundo giro copernicano debería ocurrir en los mismos EEUU. Los funcionarios y formuladores de política exterior norteamericanos siguen anclados en la idea de que EEUU debe perseguir la hegemonía global y que debe hacerlo principalmente por sus propios medios, lo que implica promover ambiciosas agendas —e intervenir activamente en su ejecución— y sostener costosas fuerzas militares por todo el mundo. Esto es particularmente visible en la conducta de EEUU con relación a los Estados más importantes, es decir, los que son o pueden ser potencias regionales.
Ese establishment relega o desecha las opciones diplomáticas que promuevan potencias regionales que se manejen por su propia cuenta (ayudando a su vez a otras a equilibrarlas para que ninguna se trasforme en hegemonía regional). Por el contrario, la política exterior prevaleciente en EEUU se encarga siempre de mostrar, de manera más o menos clara según el caso, las opciones que están al servicio de la coacción o el uso de la fuerza. De este modo, en EEUU el principal impedimento para el cambio en su política exterior es el establishment de funcionarios, formuladores de política exterior y altos mandos militares todavía comprometidos en una “gran estrategia” que busca la hegemonía mundial.
Sin embargo, conceptos como “reparto de cargas”, “moderación”, “balance costas afuera” y aun “fin de la Pax Americana” van apareciendo cada vez más entre los académicos y analistas norteamericanos, y estos en los EEUU suelen ser muy escuchados.
Mientras tanto, lo cierto es que la OTAN no pudo disuadir a Rusia de actuar en defensa de sus intereses vitales y la guerra en Ucrania dejó en evidencia que los atlantistas estaban tentando a la suerte. Y la verdad que las cosas no salieron nada bien.
Rusia, defiende su interés vital. El ejército ruso, es una “máquina de guerra” dijo Trump.
Licenciado en Relaciones Internacionales y experto en Geopoítica.

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Especialista en Comunicación y marketing deportivo, escritor y profesor emérito.

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