Lapicera o democracia: el peronismo ante su prueba interna

Por: Víctor Eduardo Hortel (*), especial para Capital 24

La fijación de fecha para las elecciones internas del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires, previstas para mediados de marzo, abrió un debate que excede largamente la cuestión organizativa. No se trata de un problema técnico ni coyuntural, sino de una discusión política y doctrinaria, que interpela al peronismo en su identidad más profunda.

Lo mejor que puede ocurrirle hoy al peronismo bonaerense es que haya más de una lista y que sea el voto de las bases el que decida. No es el escenario ideal, pero sí el mejor en este momento histórico. Frente a un país golpeado por el ajuste y la exclusión, cerrar la participación interna sería un error político grave y una falta ética con la militancia.

La falsa unidad

Desde el sector que hoy controla el Consejo y la Junta Electoral del partido —una institución decisiva en la vida interna— se ha intentado imponer una lista de unidad que conserve los mismos cargos para los mismos sectores. No hay en ello un gesto de grandeza ni una síntesis superadora, sino la reiteración de una lógica conocida: la lapicera y la rosca como sustitutos de la democracia.

Juan Domingo Perón fue claro al advertir que “el peronismo no es una secta ni un comité; es un movimiento nacional que vive en el pueblo y se renueva con él” (Conducción Política). La unidad que se decreta sin participación no fortalece al movimiento: lo debilita y lo aleja de su razón de ser.

Militancia y legitimidad

Hay una razón central para exigir elecciones internas reales: la militancia. Es la militancia la que sostuvo al peronismo en los años de derrota, la que puso el cuerpo cuando escaseaban los cargos y sobraban las dificultades, la que hoy sufre en carne propia los efectos de un ajuste brutal. No puede decirse lo mismo de muchos dirigentes resguardados en bancas legislativas o funciones públicas.

Eva Perón lo expresó sin eufemismos: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”. Negarle a la militancia el derecho a elegir a sus autoridades es desconocer ese principio elemental del peronismo y convertir al partido en una estructura ajena a su propia base social.

Democracia interna y política real

Desde el punto de vista constitucional, los partidos políticos son instituciones fundamentales de la democracia. Pero el peronismo siempre fue más allá del formalismo jurídico: su constitución material se funda en la participación popular y en la legitimidad que surge desde abajo.

Perón lo resumió con precisión: “La organización vence al tiempo, pero sólo si está al servicio del pueblo y no de sí misma”. Cuando la organización se cierra, deja de conducir y comienza a administrarse.

Las excusas de siempre

Aparecerán, como cada vez que se discute el poder real, los argumentos conocidos: que “no es momento”, que una interna “rompe”, que “la gente no quiere peleas”. Son falacias funcionales al inmovilismo, destinadas a garantizar que nada cambie.

La historia del peronismo demuestra exactamente lo contrario: cuando el movimiento se cerró, perdió; cuando se abrió, se reconstruyó.

Que decidan las bases

Hoy existen dos sectores claramente diferenciados en el PJ bonaerense: el Movimiento Derecho al Futuro, que se referencia en Axel Kicillof, y el espacio que responde a la conducción saliente del partido. No hay ninguna razón válida para impedir que esas diferencias se expresen democráticamente.

Que se vote. Que se cuenten los votos. Veamos quién tiene más respaldo. Eso no es ruptura: es política.

Como enseñó Perón, “el conductor no se impone: surge”. Y surge, inevitablemente, cuando el pueblo —también el pueblo peronista— puede elegir.

Un peronismo necesario

La Argentina no necesita un peronismo encapsulado en equilibrios internos artificiales. Necesita un peronismo renovado, actualizado doctrinariamente, con los pies en el territorio y la mirada puesta en el futuro.

Abrir las urnas internas no es un riesgo. Es una oportunidad. Y también una obligación histórica. Porque, en definitiva, la Patria necesita un peronismo vivo.

Por último, corresponde recordar una definición de Perón que debería cerrar cualquier discusión sobre la democracia interna: “Mi único heredero es el pueblo”. No se trata de una consigna retórica, sino de una concepción profunda de la conducción política. 

Perón negó explícitamente la idea de herederos designados, de sucesiones administradas o de legitimidades transmitidas por cercanía personal o control de aparatos. Si el pueblo es el único heredero, entonces toda conducción debe ser refrendada periódicamente por el voto popular, también hacia adentro del movimiento. 

La democracia interna no es una concesión táctica ni un problema organizativo: es la única forma coherente de garantizar que el peronismo siga siendo un movimiento nacional y popular y no una estructura cerrada sobre sí misma. Cuando se bloquea la participación de las bases, no se protege la unidad: se traiciona ese legado esencial.

(*) Abogado.